Con un impecable estilo de liderazgo, una pulida oratoria y una circunstancia única, Barack Obama pronunció en La Habana un discurso cuyo impacto quedará grabado a fuego en la historia. Vino a ser, como él lo dijo, el epitafio de la Guerra Fría en el continente americano.
Con una dialéctica de orador consagrado, Obama manejó con maestría sentimientos, emociones e ideas que captaron por completo a su audiencia, haciendo del momento un impassede reflexión y emoción para llevar a los presentes a desear el cambio con vehemencia y de manera urgente.
Argumentó de manera espléndida con los contrastes, que en todo discurso hacen que las realidades sean más vivas y apreciadas: cercanía geográfica y lejanía político-ideológica; aguas que acercan a la Florida y Cuba, pero que también separan los sueños y las ilusiones durante más de medio siglo de aislamiento. Agregó que así como las diferencias entre ambos gobiernos son reales e importantes, también lo es la inmensa cantidad de coincidencias que les unen: desde “la pelota”, hasta la salsa, el mambo y el cha-cha-cha. Y yo agregaría: los puros y el bolero, qué caray.
Y llegó a lo esencial: los jóvenes, y su gran capacidad innovadora, harán que el futuro se vea con esperanza, sin falsas promesas ni optimismos ciegos. “Un futuro que ellos mismos elijan, conformen y construyan. Estados Unidos –dijo- no tiene intención ni capacidad de imponer un cambio en Cuba. Para ello están los cubanos.”
Y pronunció entonces su credo, aquello en lo que Barack Obama cree:
- Cada persona ha de ser igual ante la ley.
- Todos los niños merecen la dignidad que viene con la educación y la atención a la salud, y comida en la mesa y un techo sobre sus cabezas.
- Los ciudadanos deben tener libertad para decir lo que piensan, sin miedo. El Estado de Derecho no debe incluir detenciones arbitrarias de las personas que ejerzan estos derechos.
- Cada persona debe tener la libertad de practicar su religión en paz y públicamente.
- Los electores deben poder elegir a sus gobiernos en elecciones libres y democráticas.
- Los derechos humanos son universales
De una manera elegante, honesta, cordial y a la vez firme y contundente, Obama hundía el estoque en el corazón mismo de la dictadura castrista que, atónita en la gradería, fingía no entender el idioma inglés, volteando una y otra vez hacia el techo del teatro, o batallando con los audífonos de la traducción simultánea. Momentos incómodos, ciertamente.
En su mensaje al gobierno y al pueblo de Cuba, Obama concluyó: “los ideales que son el punto de partida de toda revolución, encuentran su expresión más auténtica, creo yo, en una democracia.” Llamó a dejar atrás las batallas ideológicas del pasado y a asumir la nueva era.
Al final de su pieza magistral, Obama se refirió al exilio cubano en Estados Unidos, que, parece, es todavía partidario de la realidad pre-revolucionaria en Cuba. Para ellos, el presidente les solicitó ayudar a facilitar los caminos para la reconciliación y el perdón.
En suma, un legado valioso, un discurso emblemático y una visión de futuro prometedora.