El 17 de mayo, a nivel mundial, está marcado como el Día de la Lucha contra la Homofobia. Por varias razones es una conmemoración necesaria. Las cifras de discriminación por orientación sexual son altas, van desde negar las posibilidades de desarrollo profesional hasta actos de violencia que terminan en asesinatos.
La Asociación Internacional de Gays y Lesbianas (ILGA, por sus siglas en inglés), Human Rights Watch (HRW) y el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) son algunas instituciones –internacionales y nacionales- que junto con otras No Gubernamentales y algunas universidades públicas pueden dar muestras cuantitativas y cualitativas de la gravedad del problema.
Sumamos a la relevancia del tema los recientes estudios de empresas y consultoras globales que colocan a la diversidad, y particularmente a la de género y orientación sexual, como un anhelo de las nuevas generaciones para pertenecer como empleados a una empresa así como una postura de los consumidores para acercarse a la marca.
Desde otros ángulos el tema es hoy fundamental: pronunciamientos de respeto a la diversidad sexual por parte de líderes religiosos, organismos supranacionales que condicionan sus presupuestos a la existencia de políticas públicas que atiendan el problema, así como activismo de figuras públicas de impacto masivo.
Peña Nieto decidió (o le aconsejaron) trepar a la cresta de la ola global. Junto con Marcelo Ebrard, Peña Nieto pasará a la historia de las transformaciones sociales respecto a la diversidad sexual. El resto de los “progresistas” quedarán en la tibieza.
La izquierda mexicana hizo, por años, un discurso pro diversidad que le generó votos a cambio de nada. Si revisamos el trabajo de los partidos autonombrados de izquierda, encontraremos muchos discursos de apoyo y acciones mínimas y desdibujadas. Ebrard en la CDMX y Peña Nieto a nivel nacional hicieron algo.
La propuesta lanzada por Peña Nieto hace unos días, bajo el publicitario mote de Día Nacional de la Lucha contra la Homofobia (y no es nacional, sino mundial) se resume en cuatro determinaciones: a) reconocer como derecho humano el matrimonio sin discriminación alguna; b) reconocimiento de actas de nacimiento que registran un cambio sexogenérico; c) identificar cualquier norma federal, estatal o municipal, que pudiera implicar alguna forma de discriminación y, d) la participación de México en el Grupo Núcleo sobre las Personas Homosexuales, Lesbianas, Bisexuales, Transgénero o Intersexuales de las Naciones Unidas.
Se exhibirán ahora el resto de los actores políticos que deberán concretar las determinaciones peñanietistas. Deberán asumir una postura pública que les incrementará o reducirá intenciones de voto y simpatías populares, las y los obligará al pronunciamiento público que siempre, sobre este tema, fue timorato e indefinido.
Peña Nieto rebasó por la derecha las posturas azulmente conservadoras, las del siglo XIX en pleno siglo XXI; rebasó por la izquierda a supuestos morenos progresistas y amarillos demagogos; y rebasó hasta sus correligionarios siempre indefinidos. Otra vez, adelantó unos kilómetros en la autopista que va al 2018.