Será Junio de 2017, pero podría ser perfectamente el de 2001. La Casa Blanca ha retrocedido 16 años. Es fácil encontrar paralelismos, en los motivos invocados y en la condena internacional, en la salida de Donald Trump del Acuerdo de París contra el cambio climático y la de George W. Bush del de Kioto.
Ambos son republicanos aislacionistas en política exterior que cuestionan el impacto del cambio climático y justifican la salida de un pacto internacional principalmente en razones económicas en Estados Unidos. Lanzan críticas a China y a Europa, y desatan una tormenta de reprobaciones en todo el mundo que parece importarles poco. Y proponen, con escasa convicción, impulsar un nuevo pacto que sea supuestamente menos dañino para EE UU.
“Tendría un impacto económico negativo, con despidos de trabajadores y aumentos de precios para los consumidores”. La frase es de Bush en 2001 sobre el Protocolo de Kioto, pero la podría haber pronunciado perfectamente Trump. “Trabajadores y contribuyentes estadounidenses absorberían el coste en términos de empleos perdidos, bajarían los salarios, se cerrarían fábricas y debilitaría enormemente la producción económica”, dijo el presidente Americano sobre el Acuerdo de París.
Sin embargo, hay diferencias importantes. Una innegable es en las formas de cada uno. Trump anunció la salida de París en un acto solemne en la Casa Blanca, que vistió con aires de celebración y orgullo nacional. Mientras que Bush notificó la retirada de Kioto sin pompa y a través de funcionarios técnicos. Una diferencia significativa que da voz a la importancia del tema en la sociedad americana actual.
Las dos principales razones detrás de la decisión de Bush eran que Kioto excluía a los países emergentes y mayores generadores de gases invernadero, como China e India, y que EE UU sufría un retroceso económico y escasez energética. A diferencia de Kioto, París incluye a todos los países del mundo, excepto tres si se incluye ahora a EE UU, y no fija compromisos vinculantes de cada país sino compromisos voluntarios. También hay que recordar que la primera potencia vive ahora un boom en la producción energética y una economía en auge.
El futuro de Kioto, además, siempre fue mucho más incierto. Lo firmó el gobierno de Bill Clinton, el predecesor de Bush, pero para entrar en vigor tenía que aprobarlo el Senado, algo que no iba a ocurrir por falta de consenso. Bush también admitió el impacto del hombre en el calentamiento global y se comprometió a reducir las emisiones contaminantes. Trump no lo ha hecho, hasta hace pocos meses describía como un “engaño” al cambio climático y no ha revelado si cree en la contribución humana al aumento de las temperaturas.
Sabemos que en caso de que creyera en ello, no le es importante, debido al alto numero de regulaciones ambientales, iniciadas por la administración de Obama, que ha eliminado o iniciado el proceso de retroceso, en industrias tan contaminantes y peligrosas como el carbón y la energía nuclear.
Solo nos queda esperar, esperar y ver que sucederá, si buscará (y logrará) volver a poner en la mesa a todos los países del mundo y llegar a un acuerdo, o mantendrá su posición y hará de EE UU, el responsable de las futuras crisis globales.