Al momento de redactar estas líneas la campaña de José Antonio Meade se mantiene fiel a la personalidad del precandidato: MEADiocre. Las estructuras partidistas que respaldan al candidato que se dice ciudadano sin militancia política son el Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) y el partido Nueva Alianza.
El PRI, al que no pertenece y en el cual no milita Meade, lanza la cargada característica del partido. Dichas mañas transversalizan a la sociedad mexicana: empresarios de poca monta, financieros de turbias prácticas, padres modelo con esqueletos en el clóset, maridos ejemplares con amantes ejemplares, vendedores de mentiras, todos caben.
Desde las cumbres del tricolor Ochoa Reza insiste en las maravillas de su candidato ciudadano, lo mismo hace el expanista Lozano, el ex secretario que no sabe “ler” y hasta una tal Juana.
La operación “no ignoren” al MEADiocre es línea marcada para las estructuras priístas de todos los niveles, federal, estatal y municipal, insertados en la operación México secuestrado. El ejemplo siempre cercano a las lectoras y los lectores de la Política Ficción son las estructuras de poder del priísmo más podrido enquistadas en Naucalpan, Atizapán y Tlalnepanta.
El partido Nueva Alianza, otrora reinado de Elba Esther Gordillo, que por andar negociando apoyos fue la presa política del sexenio, arropó con alegría al candidato sin partido, en un juego de votos e intercambio de posiciones de poder sin ninguna aportación o idea relevante.
Completan la triada el PVEM que decidió ir con Meade. Como en cada elección reciente, se alinearon al PRI para sumar votos que les permitan mantener el registro y la franquicia desde la que se lanzan de vez en cuando propuestas mediáticas sin sustancia.
La pre-campaña del candidato ciudadano sin militancia política es la típica de un priísta, acompañada de un séquito –presencial, prófugo y de chapulines- carente de credibilidad, con una estructura marcada por la corrupción y tres partidos franquicia de charros y caciques. La encabeza Meade, una imagen personal sucia y descuidada, con forzadas chispas de cotidianidad que incrementan su ridiculez.
Hasta ahora la más chispeante ha sido recorrer con Mikel Arriola un trayecto a Santa Fe.
La mediocridad de Meade, de su equipo y sus seguidores, no es un juicio sino el resultado de una serie de acciones planeadas por alguien que desconoce las inquietudes y necesidades de la sociedad actual y, peor aún, que refleja la mediocridad de una gran parte de la sociedad mexicana.
Otro en la carrera es Ricardo Anaya, también en alianza pero no con un niño indígena, un grupo de rock y un piano. Para el rockstar de la política las líneas del siguiente mes.