Conocido como el gurú del Ártico, el científico ruso Serghei Zimov, cuya figura evoca más bien a un viejo rockero, advierte sobre el cambio climático en Yakutia: “la situación es crítica”, se rebasó el umbral de estabilidad y en sólo dos años el permafrost (capa donde el hielo permanece continuamente) comenzó a derretirse.
Zimov explica como causas del fenómeno la práctica en julio de esquí acuático. “Es absurdo”, juzga.
Nikita, su hijo, viste una camiseta y una chaqueta liviana. El sol se está hundiendo en el río y en Chersky, a 130 kilómetros del Océano Ártico, a fines de agosto durante el día se puede andar en mangas de camisa.
Ambos, Serghei y Nikita, dirigen la Estación de Investigación Nororiental, afiliada a la Academia de Ciencias Rusas y uno de los tres principales centros de estudio de la región ártica.
Nikita especialmente pero también Zimov dirigen el Parque del Pleistoceno, fundado por Serghei en 1996. Se trata de un sitio único en el mundo, que la agencia noticiosa italiana Ansa visitó en exclusiva.
La idea es recrear en ese punto el ecosistema de la estepa de los mamuts y, haciendo así, eliminar (o al menos mitigar) la disolución del permafrost, así como reducir la presencia de dióxido de carbono en la atmósfera.
Una misión más crucial que nunca porque, según Serghei, el suelo de la región no sólo es rico en anhídrido carbónico, sino también en “metano, un gas que provoca efecto invernadero 25 veces más potente”.
Si se descongelara todo, el permafrost de Yakutia (o yedoma) liberaría en la atmósfera del 20 al 100 por ciento de las emisiones de origen humano. “Como mínimo -dice Nikita- equivaldría a la contaminación de todo Estados Unidos”.
Un escenario apocalíptico y en pleno desarrollo. “Las previsiones -indicó Serghei- sostenían que la disolución ocurriría dentro de 100 años… pero en realidad ya comenzó. Si la tendencia sigue a este ritmo en los próximos diez años el permafrost corre el riesgo de desaparecer por completo”.
Aquí entra en escena el Parque de Pleistoceno. A lo largo de los años, los Zimov introdujeron en el hábitat ártico herbívoros como los yak, los bisontes, los bueyes almizclados, las vacas de Kalmykia, alces, renos y caballos.
La difusión del bosque en esta zona, en efecto, fue al parecer sólo tras la llegada de los seres humanos, hace unos 13.000 años. ¿La razón? La caza extensiva, que redujo la megafauna diez veces, alterando el ecosistema, reduciendo los prados y allanando el camino a los árboles.
Esta es la primera sorpresa. En tales latitudes, sostienen los Zimov, hacen más mal que bien.
“El ecosistema actual -explicó Nikita- transfiere al suelo 10-16 kg de CO2 por metro cuadrado. Dentro del primer recinto del parque, después de 20 años, los datos hablan de un promedio de 26 kg por metro, con picos de 65 kg. La potencialidad, estimamos, es de 100 kg”.
“En la parte externa del Parque, donde los animales no pastan activamente, llegamos de todos modos a un promedio de 22 kg”.
Todo esto gracias al manto herboso, que refleja la luz, atrae menos calor y es más eficaz para atraer el anhídrido carbónico.
Luego, los animales con su actividad rompen el efecto de “capa térmica” de la nieve y mantienen más frío el suelo.
Resultado: en el Parque la temperatura del permafrost es tres grados menor que en otras zonas, y esto solo gracias a vacas y yaks.
“Piensen -se ríe Nikita- lo que podríamos hacer si llegaran los mamuts”.
El relato se torna surreal pero es cierto. Y es real que George Church, genetista de Harvard de fama mundial, se enamoró del proyecto de los Zimov tras haber visitado el parque y reunió un equipo para traer realmente de nuevo a la vida a los mamuts y llevarlos a Chersky. El gran giro sería el uso de una nueva técnica que de hecho modificaría las células del elefante asiático -pariente del mamut- haciéndolo capaz de resistir al hielo ártico. Casi un truco: “Para mí está bien, me sirve aunque me den uno de cinco patas”, bromea Nikita.
El Parque, aunque se extiende sobre más de 144 kilómetros cuadrados, naturalmente es demasiado pequeño para tener impacto a escala global. Pero ofrece una solución práctica -y económica- a la lucha contra el recalentamiento global, incluso sin los mamuts.
“Los mercados -lamenta Serghei- no permitirán nunca una reducción real de las emisiones, por lo que hacemos lo que podemos: hemos demostrado que nuestro modelo funciona. Pero hace falta la intervención de la comunidad internacional”.
Ante las condiciones del permafrost Chersky, debería ser bastante rápido.