The Crown es una serie de Netflix que me produce un impacto muy positivo. Va en su tercera temporada y abarca gran parte del reinado de Isabel II de Inglaterra al frente de la Casa de Windsor. La cuarta temporada está ya en el horno y seguramente será como las precedentes.
Netflix se ha propuesto narrar minuciosamente el legado que Isabel II deja al mundo y a la historia. La Reina se despide con una reseña espléndida de su reinado.
Desde su “lanzamiento” a la escena pública, en una gira de la familia real por Sudáfrica, hasta los momentos previos al enlace del Príncipe Carlos con Diana Spencer, la Reina Isabel II encarna, literalmente, el deber de llevar con garbo, elegancia y eficiencia la corona de un imperio que hace agua, por dentro y por fuera. Y con una familia que también se desquebraja, al ritmo de infidelidades, traiciones, ambiciones y errores.
El elenco actoral es de primera, comenzando por Claire Foy y Olivia Colman, que interpretan magistralmente a la soberana de la Mancomunidad Británica en sus diferentes época y etapas.
El desempeño de ambas actrices, al enfrentar vicisitudes múltiples, nos muestra siempre una mujer entera, fuerte y resuelta, muy resuelta, a veces hasta caprichosa, pero, al mismo tiempo, nos revela un ser humano que sufre y padece en su interior las tormentas que se ciernen sobre sus dominios y amenazan su integridad. La respuesta siempre es predecible en Isabel II: preservar el Imperio y sus valores, así como a la familia real.
Vemos a una reina transcurrir en sus edades -biológicas e históricas- así como evolucionar hacia una madurez como cabeza del Imperio, pero también como mujer, esposa, hija, madre y hermana. Los diferentes roles y papeles de “Lilibeth”, como la llamaba cariñosamente su padre, el rey Jorge VI, están siempre alineados y vinculados en forma sólida con ese deber que la Reina ha de cumplir con una extrema meticulosidad y una fuerte determinación. Y sólo responde ante Dios.
El papel del Príncipe Felipe de Edimburgo, en la interpretación de Matt Smith y Tobías Menzies, resulta también de una gran fuerza dramática. Encarnar el rol de un príncipe consorte que, literalmente, sólo contribuye a reproducir la especie real en el mundo y a acompañar a la Reina, siempre cinco pasos atrás, es una tarea que el Duque de Edimburgo, a sus 98 años de edad, ya dejó de ejercer oficialmente en público. “Tu tarea es ella”, le advirtió su suegro.
La Reina, a lo largo de los capítulos y el conjunto de la serie, va dejando a la historia una herencia de sacrificio y entrega como cabeza del Imperio, que en sus manos ha cumplido más de medio siglo. La exuberancia y riqueza de los paisajes, los ambientes, las ceremonias, los uniformes, los castillos… acompañan siempre para dar un marco de esplendor y gloria a la casa real de Windsor.
Su manejo político se muestra a través de la relación, siempre difícil, con sus Primeros Ministros. Llama la atención la extraordinaria interpretación de John Litgow como Sir Winston Churchill, quien encarna la transición de los viejos reyes de Sajonia-Coburgo-Gota, y luego Windsor, hacia la modernidad que encabeza una reina joven e inexperta, a quien aconseja y apoya. No hace falta ser monárquico o demócrata para interesarse en esta serie. En ambos casos, atestiguamos la vida de una mujer que, con una mano empuña la espada de San Jorge con decisión y firmeza, y con la otra protege y preserva una familia para dotar de líderes y soberanos a la posteridad.