Por: Ernesto Uranga
“Intenté, y sigo intentando, aprender a volar en la oscuridad, como los murciélagos en estos tiempos sombríos”.
Con estas palabras, reveló el uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) una de sus muchas razones para escribir. Hoy, fines de marzo del 2020, quiero recuperar su sentido para fundirlo en nuestra conciencia y darle un cauce íntimo y personal.
Hoy, la noche está aquí. Nos envuelve. Nos cerca por todos los poros. Ensombrece la visión y nos arrebata los colores vivos y el brillo prístino que nos brinda la primavera, que también llegó y quizás no nos dimos cuenta, o no quisimos hacerlo… Nos pasó de lado, y preferimos volcar la atención en la noche… Preferimos ser criaturas de la noche, oscuras y ensombrecidas… y no seres alegres, ingenuos e inocentes, como niños de la luz.
La noche también nos arrebata nuestras sonrisas y anhelos. Como un ladrón que aparece amenazante para despojarnos de todo lo que en su momento nos dio brillo y alegría confiada… Es, quizás, el recuerdo platónico de que en nuestro origen más remoto fuimos también sombras en una caverna… Quizás, como dice, Yuval Noah Harari, vivimos hoy los primeros signos de que estamos mutando como especie.
Y la noche avanza, tiñe las claridades con la oscura capa del pesimismo y la amargura, del desconcierto y el miedo que paraliza y congela. Sí, congela todo cuanto pueda servir como cálido aliciente de sueños rotos. Y la noche, envolvente y siniestra, se hace acompañar de del frío, que también todo lo invade e inmoviliza.
Quedamos inermes ante ese avance de la noche y su pronóstico de edad glacial, de sombrío presagio de aniquilación y muerte.
Y entonces, surgen los agoreros de las buenas nuevas, los milenarismos de turno, los oportunismos rapaces… y los rituales… y las concelebraciones de la superstición y el miedo, que pretenden revocar el poder de la noche, como si se tratara sólo de abrir las persianas para que entre la luz. Todos, tratando de fincar responsabilidades a la noche, sin reconocer que su presencia conlleva un afán restaurador y redentor… Lo que en tiempos medievales correspondía por entero al fuego, a las múltiples hogueras de la herejía y el pecado, está hoy a cargo de la noche…
Sí, esa noche viene a revelar, de nuevo, la necedad del sueño de Prometeo, que quiso dar el fuego a los hombres y causó la ira de los dioses. Y ese sueño fue la ambición denodada de riquezas y codicia, de egoísmo y poder, de injusticia e insolidaridad.
Volar en la oscuridad es la ironía perfecta. Es la conjunción de sentidos contrapuestos que unen su significado para dar forma a un anhelo. Tiempos sombríos, qué duda cabe. Nueva edad oscura que se cierne sobre la humanidad. Más que sobreponer el arrogante egoísmo de la autoafirmación personal en pro de soluciones miserables, cabría mejor identificar nuestra ínfima condición de seres mudables y mutantes que ahora, con suprema humildad, desearíamos reconocer y aceptar.