El 12 de octubre de 1992, 500 años después de que Colón llegara a América, un grupo de indígenas de la ciudad de Morelia, derribó la estatua del primer Virrey de la Nueva España. Según los nativos, este triste célebre personaje, toleró injustificadamente los maltratos hacia los purépechas que habitaban la región. Ese mismo día, pero en San Cristóbal de las Casas, la estatua del conquistador Diego de Mazariegos, también terminó en el suelo. Algo parecido ocurrió hace dos años a propósito del 50 aniversario del #68mexicano. Las placas conmemorativas de inauguración del gobierno de Díaz Ordaz fueron retiradas de varias estaciones del metro de la ciudad de México.
No falta quien afirme que derribar una estatua atenta contra la historia mexicana; que las estatuas de virreyes y conquistadores deberían ser restituidas en sus sitios originales. Por el contrario, nuestros pueblos originarios encontraban en esos actos, por lo menos, una pequeña muestra de reivindicación, arrebatada por la historia. En el siglo XXI el “sistema de castas”, ya no tienen vigencia para nuestros indígenas. Ahora, el talento, la calidad moral y el esfuerzo propio son el medio de alcanzar el progreso y la dignidad.
Luego que termino la guerra civil en España, su gobierno se vio en la necesidad de retirar las estatuas de Francisco Franco de todas las plazas públicas. Cuando Estados Unidos invadió Irak, las imágenes de la caída de las estatuas de Sadam Husein dieron la vuelta al mundo. Lo propio ocurrió con los símbolos del nacionalsocialismo cuando termino la segunda guerra mundial en 1945.
Hay muchas explicaciones para justificar este tipo de incidentes. Una sería que retirar una estatua es lo mismo que arrancarle un “pedazo” a la historia oficial. Sin embargo, la función de una estatua o cualquier monumento, no es recordarnos la historia, sino evocar una de sus versiones, porque la historia no la hacen quienes ganan, ni la representan las estatuas de sus personajes. La historia es la convergencia de dos bandos opuestos sin cuya participación no es posible ningún hecho histórico. La historia la hacen “todos sus actores”.
Los monumentos no enseñan historia. Ni se pierde un hecho histórico con el retiro de alguno de ellos. En todo caso, la historia se pierde por la imposibilidad de recuperar evidencias materiales del pasado, ya que sin ellas, no habría testimonio de uno de sus actores.
El 12 de octubre, el gobierno de la ciudad de México retiró la estatua de Cristóbal Colón ubicada en el Paseo de la Reforma para evitar que un grupo de protestantes lo hiciera por la fuerza.
En efecto, estos incidentes nos obligan a repensar nuestro pasado para ponderar sus causas y su realidad en aras de buscar el progreso, nunca los agravios ni los atentados sin sentido. La historia es dinámica; nunca estática. Siempre se hace historia cuando uno se encamina hacia el progreso y al cambio verdadero. La historia no es pasado. La historia nunca mira hacia atrás.