Donald Trump fue censurado de Twitter, Facebook e Instragram, siendo aún presidente en funciones de los Estados Unidos de Norteamérica (EUA). Contrario a la idea de libertad que vociferan desde Norteamérica, los dueños de estas redes sociales decidieron obstaculizar toda comunicación de Trump con sus seguidoras y seguidores.
Según los censores, los comunicados del presidente eran un peligro para la democracia y la institucionalidad de aquella nación. Para Zuckerberg -y mafia que le acompaña- esto no es comparable con el daño a la democracia que provocan Guaidó, Añez, Maduro o Calderón.
Miles de ciudadanos y comentaristas pagados en los medios de comunicación validaron la acción de los empresarios de las redes. Justificaron la acción que hoy censuró a Trump y mañana los censurará a cada uno de ellos y nadie los defenderá.
Por si alguien lo ignoraba, los empresarios del Twitter y del Facebook, entre otros, son una red de poder que juega en la instalación de Biden en el poder de la máxima potencia y la normalización del villano Trump frente a la supuesta benevolencia de quienes luchan contra él.
Mientras esto ocurría, los medios tradicionales y online normalizaban un discurso en el que Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de aquella nación, externaba su posición llamando a Dios y orando a San Francisco. Este discurso religioso, anormal por fundamentalista, fue apoyado y reproducido por las estructuras de un grupo de poder que desea colocarse de nuevo en la toma de decisiones no solo de la potencia sino de todo el mundo.
Las empresas de comunicación masiva, tecnológicas y tradicionales, consideraron a las audiencias y ciudadanos, no solo de los Estados Unidos de Norteamérica sino de todo el globo, como un conglomerado de subnormales que de inmediato creen las narrativas mediáticas.
Al escuchar las opiniones de la gente en la calle, leer a centenares de articulistas y atender a las decenas de opinadores que venden sus juicios en cualquier medio, queda uno aterrorizado por lo que son capaces de normalizar:
1. Que la estructura del poder mediático puede silenciar a quien le parezca incómodo.
2. Que cualquiera puede acreditar y/o desacreditar los asuntos de la vida interna de una nación.
3. Que todo aquel que manifieste –física o virtualmente- sus creencias, filias y fobias, debe ser “crucificado” si estas creencias no apoyan un discurso emanado desde el poder.
4. Que los deseos ciudadanos no están por encima de estructuras institucionales inoperantes e incapaces de garantizar el bienestar de la población.
Claro que aquí no se defiende a Trump pero tampoco a Biden, quien representa lo más podrido de un sistema global que se resiste a morir y ahora busca imponerse en el mundo. Por supuesto que sí es una crítica a la comentocracia que cada vez tiene menos seguidores o a los medios de comunicación tradicional y online cuya representatividad disminuye a pasos agigantados frente a la organización comunitaria.
A donde nuestras líneas apuntan es a la reflexión de la ciudadanía para buscar/generar/difundir medios de información locales y comunitarios que –sin censura- reflejen sus verdaderas preocupaciones.