Todo lo que nace tiene que morir; es la ley natural.
Los sistemas de organización social y política creados por el hombre tienen en esta realidad una manifestación contundente. Clanes, dinastías, imperios, repúblicas y toda clase de formas de las sociedades que se organizan, tarde o temprano se y resquebrajan y disuelven al irrumpir nuevas creencias e ideas. Lo que concibe y construye el hombre es tan endeble como su propia naturaleza humana.
Su vida útil es limitada y tiene una fecha de caducidad.
La democracia y sus instituciones en los Estados Unidos de Norteamérica, fueron una organización estable hasta el día de ayer -miércoles 6 de enero del 2021-.
Hace 24 horas exactas, la sede del Congreso Federal en Washington sufrió el asalto de un grupo de inconformes que buscaba interrumpir por vía violenta la certificación del proceso electoral del 2020, que daba a Joe Biden y a Kamala Harris la Presidencia y la Vicepresidencia de aquel país, respectivamente
La intrusión de los inconformes fue consecuencia del llamado del presidente Donald Trump, quien manifestó siempre haber sido víctima de un robo de la elección y que la acción que presenciaba el mundo era la consecuencia directa de esa villanía.
Más pronto que tarde, los medios hicieron la cobertura extensa del acontecimiento y muchas voces se levantaron, condenando la actitud de Trump y sus huestes al romper de manera violenta con el sagrado ritual cívico y democrático de la transmisión del poder en los Estados Unidos.
Joe Biden, presidente electo, tomó el estrado y habló de decencia, respeto, honradez y elevación de miras para deponer las actitudes hostiles. Al final, sentenció: “comparezca, presidente”. Es decir, no sea cobarde, dé la cara y hágase responsable de lo que aquí ocurre.
De inmediato comenzaron los llamados a mantener la calma, a desalojar a los revoltosos y a pedir cuentas al inquilino de la Casa Blanca para que se pronunciara y expresara su rechazo a la violencia. Lo hizo en efecto, pidió a sus huestes que regresaran a sus casas, no sin antes vociferar que había sido víctima de un robo.
Pero el puñal ya estaba clavado. Y la sangre corría.
La que fue considerada por más de siglo y medio una de las instituciones más sólidas en el mundo para garantizar la libertad y los derechos del ser humano, había sido ultrajada de forma ostensible y sin miramientos.
El cáncer llegó hasta sus mismas entrañas. Y el puñal de los inconformes actuó para intentar cegar la vida de la democracia misma en los Estados Unidos.
Ahora sólo resta saber cuándo será que los más podrán de nuevo organizar la convivencia, para que los menos guarden sus puñales y se decidan a convivir juntos.
Será difícil, las heridas abiertas por la violencia jamás cicatrizan del todo.
Finalmente, habremos de convivir siempre con la barbarie y la irracionalidad que acechan a cada paso.
Es como comenzar a morir.