Testimonio de Alicia, 22 años, estudiante de tercer año de fisioterapia durante sus prácticas en un hospital público desde el lunes 22 de marzo.
Cada día llego al hospital a las 8 de la mañana y voy directo al piso -2, junto a la morgue, donde hay una máquina despachadora de ropa. Presento mi identificación y aparece una pantalla touch en donde voy pulsando el nombre de las prendas que necesito y la talla. Cuando acabo, se oye una vibración y van cayendo la blusa, el pantalón y la bata. Me los llevo al piso -1, dejo mi ropa en mi locker, me pongo lo que me acaban de dar y voy a una habitación en donde hay grandes cajones de donde saco una mascarilla especial, luego una quirúrgica, dos gorros quirúrgicos, una bata quirúrgica que va del cuello a los pies, un delantal de plástico, polainas y dos pares de guantes. Lo último que me pongo es la careta de plástico. Entonces entro a la UCI.
De las veintiocho camas que hay, trece están ocupadas por pacientes con covid. Hace tres semanas estaba a tope. Ahora ya no. Los fisioterapeutas les hacemos trabajo respiratorio, para ayudarles a expandir y elastificar la caja torácica, les enseñamos a respirar de nuevo, a sacar secreciones, hacemos movilizaciones de piernas, brazos, de todo, porque hay pacientes que llevan semanas o meses en coma inducido para que su cuerpo se enfoque en sanar. Los tienen bocabajo para que los pulmones mejoren. Algunos están regresando de la anestesia y hay que ayudarlos a volver a moverse.
Muchos agonizan. Ninguno puede hablar porque están entubados. Al trabajar, debemos tener mucho cuidado con los cables que los conectan con las diferentes máquinas que los ayudan a respirar, a alimentarse por sonda nasogástrica, o tienen vías intravenosas. Su respiración es muy superficial y los músculos están tan atrofiados que por ejemplo tienen las manos en garra y hay que devolverles elasticidad.
Yo llego, y si el paciente está despierto, le ayudo a que haga los ejercicios, pero si está dormido le hago movilizaciones, fisioterapia respiratoria, masaje diafragmático o lo que se requiera. Cuando acabo con un enfermo, me quito los guantes, el delantal de plástico y los echo a la basura, me lavo las manos con jabón quirúrgico, me pongo guantes y delantal nuevos y paso con el siguiente. Hasta el momento solo me ha tocado una persona que realmente está bien, responde y hace los movimientos.
En la UCI ahora no hay médicos porque los enfermos de covid ya están controlados. Solo hay uno que viene cada hora a monitorear que todo esté en orden y nosotros, los dos fisios. Lo que sí hay son enfermeras. Es muy impresionante ver a siete bañando a una sola persona porque no responde ni ejerce resistencia y es muy difícil moverla, como si manipularan un cuerpo muerto. Otra cosa que me impresiona mucho son las úlceras por decúbito que se forman por la cantidad de tiempo que pasan acostados. Se les roza la piel, se abre y ulcera. Es terrible verlo.
La UCI es un espacio de mucho dolor, pero paradójicamente también lo es de silencio, de paz. Ayer que hacía mi recorrido habitual de pacientes, hallé una de las camas vacía. Cuando pregunté por esa mujer, a quien traté durante una semana y me había sonreído, una de las enfermeras me dijo que había muerto la noche anterior. Fue tan extraño. No sabía qué hacer ni qué sentir. Era mi primera paciente que moría. Yo había aceptado estar en la UCI porque desde el comienzo de la pandemia había deseado apoyar al personal sanitario y de pronto estaba allí. Feliz. Sabía que me iba a enfrentar a la muerte. Pero una cosa es saber y la otra sentir.