Ante el desarrollo de la variante delta del Covid19 y la tercera ola de la pandemia, la sensación de abandono crece en forma geométrica.
De manera lenta, sigilosa y sin advertencia, la potencia letal del virus va cobrando una realidad inusitada, llena de espanto, miedo y terror. Y quienes deben advertir qué hacer y cómo, no hacen sino confundir más a la población.
Por múltiples medios recibimos información de toda índole: la mayor letalidad de la variante, el carácter áereo del contagio, la aceleración de la virulencia, la necesidad de estar muy atentos y de cuidarnos al extremo, la realidad actual, que supera la que padecimos el año pasado, la cantidad de contagios, muertes y hospitales saturados, con enfermos en los pasillos… y en las banquetas…
Es increíble que en 16 meses de pandemia, de cuarentena y de restricciones de diversos colores, todavía no se atine a formular -en México- una estrategia coherente y eficaz ante el fenómeno, tal y como sucede en todo el mundo. Ni mucho menos pensar que una mente lúcida pueda hacerse cargo de dirigir las acciones de una manera eficaz.
El manejo torpe y una incompetencia radical han evitado proteger a la población ante el crecimiento feroz de este flagelo. Si bien el ritmo de vacunación avanza, cada vez es más claro que la nueva variante delta nos aventaja por todos lados.
Lo que se instala en inconsciente colectivo es, además de la idea de que el gobierno es ajeno a las necesidades de la población y de que no le interesa preservar el valor de la vida, lo más grave es considerar que no tenemos un aliado en esta lucha, sino un enemigo más.
Un enemigo que, además, se interpone, consciente o inconscientemente, entre nuestra necesidad de seguridad sanitaria y las diversas acciones que podemos llevar a cabo ante esta situación crítica. Es como decir: “no sé qué sucede, no sé qué hacer, que cada uno haga lo que se le ocurra para protegerse”… Es de risa, ¿verdad? Pero también de mucha preocupación.
Si además se toma en cuenta la necedad de que en agosto se reanuden la clases presenciales, de que la economía se mantenga activa, de que el encargado del “manejo” de la pandemia ha sido un fracaso y de que las cifras reales se ocultan, pues el panorama es desolador.
De ahí a la angustia, al terror y al miedo, tan sólo un paso.
No sé si lo peor es no contar con una estrategia de salud bien comunicada, o permanecer expuesto a la virulencia letal del virus Delta y la tercera ola de la pandemia. Nos encontramos ante una desprotección doble: la de quien se supone que preserva la salud, y la del fenómeno natural que se encarga de quebrantarla.
¡Sálvese quien pueda… y como pueda!