Para nadie es un secreto que el presidente carece de habilidades dialécticas imprescindibles para el debate y la discusión política. Su estilo es la confrontación, la amenaza, la división, la descalificación.
¿Cómo “discutir” con alguien que no dialoga, que impone; que no escucha, que avasalla y no negocia, que amenaza, miente y despotrica?
Así, se enrarece aún más el clima político de México.
Es una forma excluyente de hacer política. Dibuja a un caudillo cuya premisa es suprimir la libertad de expresión para erigirse como el supremo mandamás. Y para ello exige la sumisión total de sus huestes. Un retraso político evidente.
Acaudillar y avasallar seguidores sumisos equivale a incapacitarlos para ejercer su libertad. Es la realidad de la relación despótica, que Aristóteles calificaba como una relación entre amo y esclavo, y no la relación política, propia de hombres libres
Un ejemplo de ese pasado remoto, que vuelve a asomar la cara, es el presidente Porfirio Díaz y sus 35 años de dictadura. Con una diferencia fundamental, sin bien Díaz favoreció el progreso económico de México y auspició inversiones en ferrocarriles e industria, la balanza política de la ecuación exigía el control absoluto y la sumisión abyecta de sus huestes. Baste recordar la frase de uno de sus adeptos: “con don Porfirio hasta la ignominia”.
El control político, con sable en mano, garantizaba que la marcha del desarrollo económico no se entorpeciera y el país pudiese entrar en una senda de progreso que le abriría nuevos horizontes.
Hoy, sostener que el presidente tiene adversarios es un eufemismo. En realidad los ubica como enemigos. Y de nuevo, quien no le sirve, le estorba, es un obstáculo.
El reciente episodio con Ricardo Anaya muestra a las claras la situación. Además de hacer un uso político de la FGR, el presidente tiene que justificarse mintiendo. Además, el uso intensivo de las redes sociales le ha dado a Anaya un foro para expresar con claridad y agudeza su defensa ante lo que llama testigos “balines”. Meterlo a la cárcel y anularlo para el 2024 sería un bocadillo delicioso para el presidente.
La confrontación Anaya vs AMLO simboliza también una clara pugna en el México de hoy. Por un lado, Anaya representa a una generación joven, moderna, bien formada, con altos estudios y capacidad dialéctica para la palestra política, al menos así lo vemos en su expresión puntual, clara y precisa, que refleja un razonamiento bien estructurado y muy eficaz… Ciertamente, producto de una posición social privilegiada.
¿Y qué observamos en el otro lado? Balbuceos, ataques, burlas, chacoteos, mentiras… Ciertamente, también, producto de una posición social, disminuida y pisoteada por la ideología “conservadora”. Entonces, ¿cuál dialogo? ¿Cuál “civilidad política”?
No puede haber puntos de contacto entre dos personajes que representan los polos opuestos en pugna por el país. Y si la lucha de clases es a muerte, el vencedor triunfará sobre los restos de un país destruido.