En abril de 2021 nevó en Breda. Luego, nunca llegamos a tener una real primavera. Nos recuerdo a Gustavo y a mí visitando los campos de tulipanes envueltos en abrigos y bufandas. De verano, ni hablar. Dos o tres días verdaderamente calurosos pero nada comparado con el verano de 2020 que hasta ventiladores llegamos a comprar. Entendí por qué las casas no tienen aire acondicionado.
En junio fui a Barcelona a visitar a Miri. A diario rondábamos los treinta grados. Salía a la calle y era como entrar en un sauna, por la temperatura y la humedad. Regresé en julio a Breda exhausta, jurando que jamás volvería a quejarme del frío.
Y cumplí. Hasta octubre, cuando tuvimos que dejar de salir por la tarde porque el sol ya se ponía a las cinco y las noches eran frías y desapacibles. No es lo mismo diez grados que diez grados con ventarrón. Mucho menos cuando ese ventarrón se convierte en lluvia. Y aquí llueve constantemente, durante días, lo cual hace imposible salir. Para Gustavo y para mí, claro, porque lo que son los holandeses andan tan campantes enfundados en cualquier gabardina chorreando sobre sus bicicletas.
En diciembre me entró una especie de tristeza de pensar que hasta abril volveríamos a salir de día y gozaríamos algo de sol. Por eso huimos a Barcelona con el pretexto de pasar con Miri, nuestra hija que acaba su universidad allí, las fiestas de fin de año. Escapábamos del frío, sí, pero también de las restricciones del covid. Primero fue la imposición del pasaporte en el mes de noviembre. Los que decidimos no vacunarnos no teníamos derecho ni a sentarnos en las terrazas. Luego el gobierno volvió a cerrar restaurantes y tiendas.
El invierno en Barcelona fue una gozada. Nos poníamos una chamarra o un abrigo y salíamos al sol. Sobre todo, las tiendas estaban abiertas, podíamos sentarnos en las terrazas de los restaurantes y claro, disfrutar a nuestra hija.
Le pedimos a la señora que nos hace la limpieza que siguiera viniendo durante las seis semanas que nos ausentaríamos para que regara las plantas. A nuestro regreso, con profunda tristeza me di cuenta de que Faiza le había echado tanta agua a algunas de ellas, que se pudrieron. No lo podía creer. La única razón por la que le pedimos que fuera a la casa en nuestra ausencia fue para regar las plantas y ahora estaban muertas. ¡Qué distinto es cuidar lo que uno ama y cuidar por dinero! Cuando uno cuida por amor, hace crecer, cuando no…
Dice Miguel Valls: El amor libera, el amor permite que las cosas crezcan. Si yo te amo, quiero que seas libre, permito tu expansión, tu avance y lo acompaño. El amor está vinculado a la libertad, así como el deseo lo está a la posesión.
Y dice Kris Frutos: Desear es que algo venga a mi tablero de juego, es decir, algo que esta afuera, por la fuerza de la atracción de mi deseo, hago que venga aquí. Eso es desear. Amar es cuidar. Es muy distinto. Eso que llega a mi tablero de juego me ocupo de que crezca. Se nota en las relaciones donde hay deseo, que puede manifestarse como interés, y donde hay amor, que se riega. Como hago con mis plantas, mientras a Fayza lo que le interesaba era la paga por sus servicios.