Casi dos años después de iniciada la estrategia de comunicación multimediática del COVID-19, y con ésta en franco declive, la política-espectáculo no deja de sorprendernos. Esta vez una “guerra” entre Rusia y Ucrania acapara la atención y tensión de las y los espectadores.
Con el COVID-19 todas y todos fuimos recluidos, convencidos de que era lo mejor. Sin necesidad de cárceles ni campos de concentración la población fue resguardada “por su bien”. Se rompieron así todos los lazos solidarios y fraternos, que de manera organizada escalaban su descontento con el modelo económico-político aplicado en décadas recientes, el movimiento feminista el de más alto impacto sin duda. Las conversaciones y acciones sobre el hartazgo por la situación económica y política de las naciones quedaron en segundo término ante la necesidad del confinamiento sanitario.
Tiempo después ese hartazgo volvió a organizarse, y regresó con mayor fuerza. Los ejemplos más notables son en Inglaterra, Alemania, Francia, Australia, Canadá, Holanda, Bélgica y España, en donde aún hay muchas personas tomando las calles y luchando contra los confinamientos, las restricciones a la movilidad, los pasaportes sanitarios y más normativas del encierro.
La estrategia de comunicación, sostenida por los medios corporativos y sus comentadores, apoyada por otras estructuras institucionalizadas afines a intereses globales, disminuyó su impacto hasta mostrarnos una vida “normal” post-pandemia en decenas de ciudades del mundo, incluidas las grandes ciudades de México.
Pero el empeño en mantener a la población en vilo, angustiada, en estado continuo de terror tiene siempre nuevos derroteros. Las historias del terror pandémico o de guerra, del caos económico y político, son una vieja estrategia narrativa para inhibir a la acción. En México vivimos actualmente una con intensidad: la generación de percepción de caos país.
El ejemplo más cotidiano de las narrativas del terror es el de la educación ¿antigua? de la tóxica familia mexicana: “si haces esto, te pasará esta desgracia”, “si no logras aquello, el gran castigo será este”. Manipulaciones discursivas orientadas a la inacción.
Los grupos de poder organizado lo saben y utilizan. Van de sentencia en sentencia sobre los impactos negativos por no hacerlo: “vacúnate”, “ponte la mascarilla”, “no te reúnas”, “no salgas a divertirte”, y los ejemplos son interminables. Desgastado el discurso del terror sanitario es momento de volver a uno viejo y exitosamente probado: el terror de la guerra.
El análisis histórico nos puede mostrar que en el conflicto Rusia – Ucrania no hay ni víctimas ni villanos, que el “estado natural” de los Estados Unidos de América es la guerra, que China y Rusia son dos grandes enemigos a vencer por los países de la Comunidad Europea y Estados Unidos, que las formas de operar tanto de Putin como del grupo Neonazi que controla Ucrania son reprobables y que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) es solo una institución que sirvió para algo en la segunda mitad del siglo pasado.
El análisis político-mediático nos muestra la recuperación y renovación de fórmulas ya conocidas: entrevistas a connacionales en la zona de conflicto, repetición intensiva de 5 o 6 imágenes de impacto, cobertura –y edición a conformidad- de discursos de las y los involucrados, llamamientos a la paz mundial, utilización de imágenes falsas (Televisa exhibida en dos ocasiones por atribuir algunas imágenes a la guerra Rusia – Ucrania, que en realidad son de conflictos pasados), columnistas, tuiteros e influencers en la repetición de lo mismo.
Una parte de la población mexicana la está jugando, cual gatos persiguiéndose la cola, al convertirse en analistas de un conflicto sobre el que no saben nada, solidarizándose con personas exhibidas en los medios sin saber si son reales o ficticias, denostando a quienes los medios corporativos de comunicación les han dicho que son los villanos, asustados frente a la siempre existente posibilidad de guerra mundial. Aterrorizados, atrincherados, desarticulados, negando la vida.