Por: Miguel Basañez
Calientan motores para la elección presidencial del 2024 partidos políticos, políticas y políticos, aspirantes y suspirantes, e incluso la ciudadanía participativa a través de sus organizaciones civiles que se mueven en diálogos que buscan encontrar la mejor opción para dirigir a nuestro gran país.
Por un lado, se han destapado los “corcholatas” al mero estilo setentero, mediante el conocido “dedazo”. Hoy, tendría que señalarse como una acción lamentable para una democracia como la mexicana que debería ir madurando, y que, sin embargo, cae nuevamente en fórmulas que emulan estilos presidencialistas de hace más de 50 años.
Algunos ya, a través de sus propias acciones, mostrando nula sensibilidad política y de trato a la ciudadanía se desdibujan en el panorama político, será interesante observar que ocurre con los corcholatos y la corcholata del partido en el poder ¿Seguirá apoyándoles su partido, su máxima autoridad? ¿Desconocerán la falta de sensibilidad, empatía y manejo político, los cuestionables resultados de su gestión? Peor aún, y como está ocurriendo en el Estado de México, que a pesar de la pésima reputación que acompaña a su Coordinadora (léase precandidata) Delfina, quien ha sido señalada de actos de corrupción, a pesar de ello, se le continúa apoyando sin condición para contender el próximo año por la gubernatura del Estado de México.
A ellos y ella, corcholata y corcholatos, les vendría bien comprender lo que significa gobernabilidad, que obliga a un gobierno para ser legítimo, estar validado por su eficacia y eficiencia, por la promoción de la participación ciudadana y la generación de agendas conjuntas que conduzcan a la creación de políticas públicas; pero también a su honestidad y transparencia, así como a la capacidad de reducir el conflicto dentro y fuera de su territorio, lo cual no hemos visto en esta actual administración federal.
Estos hombres y mujeres “los corcholatas” son garantes del seguimiento de un programa de desgobierno populista. Solo eso, ninguno, en mi opinión, goza de credenciales, competencias y liderazgos que avalen sus aspiraciones a la silla presidencial, como lo exigiría dicha posición.
Sin embargo, el actual gobierno, que no proporciona garantía de cumplimiento o trabajo productivo para lograr estos requisitos indispensables de gobernabilidad, y que indudablemente fortalecerían nuestra democracia, sigue contando con la preferencia de muchos ciudadanos y ciudadanas, lo cual, solo se explica en la gestión y utilización de programas asistencialistas que alimentan a un gobierno populista en su popularidad.
Es así, que, tantos y tantas, estamos atentos a los liderazgos que podrían surgir en este momento decisivo de nuestra vida nacional a la cual le aquejan tantos problemas como la corrupción, la inseguridad, las crisis económica, política y social, así como a nuestra presencia internacional, etc., por solo mencionar algunos de los muchos temas, que solo muestran soluciones oportunistas y que no están resolviendo los verdaderos problemas que presenta hoy el país. Pero, eso sí, avalados por una potente narrativa que seduce como “el canto de la sirena” y lleva a los “marineros” a tirarse al mar sin cuestionar.
De tal manera, que la popularidad es la moneda de cambio hoy para acceder al poder. No las ideas, no los principios y valores, no los programas bien diseñados y sustentados para generar y detonar crecimiento y riqueza en un país como México, que tiene todo y lo primero, a las mexicanas y a los mexicanos, pueblo poderoso, creativo, trabajador y resiliente.
En este panorama hay voces, hoy opositoras, que han levantado la mano o que incluso están ya de alguna manera recorriendo el país para generar adeptos a su nombre y que no a su causa, pues no tienen una. Son liderazgos débiles, ególatras y quizá, porque no lo puedo afirmar, solo centrados en la obtención del poder por el poder, no por la posibilidad de servir, sino de servirse. Y de esos políticos y políticas ya estamos cansados.
En ese escenario, una mujer por demás líder, revestida de trabajo arduo, profesionalismo, impecable carrera política, reputación intachable, con vasta experiencia, habló y externo su deseo de convertirse en la candidata a contender a la presidencia de la República Mexicana.
De sus orígenes campesinos tiene el contacto con la tierra, con el origen que le permite entender y comprender lo que necesita nuestro país. De su trabajo como diputada, senadora, gobernadora, presidenta de su partido y embajadora, viene una experiencia sobrada en la que su trabajo ha dejado resultados probados en donde ha pisado con ese paso firme que la caracteriza. Ella es, además, excelente oradora, una política, que como pocos, busca y genera la conciliación, además, es poseedora de una mente clara y una visión estratégica reconocida por sus pares, así como por sus propios opositores.
Y cuando nos preguntamos ¿Quién tendrá la capacidad probada para gobernar a México? ¿Qué mujer u hombre podrían representarnos con genuino interés de influir positivamente en el desarrollo de nuestro gran país? Hoy, con esa fuerza que la caracteriza, con esa voz clara, nítida y poderosa, Beatriz Paredes Rangel, con enorme valentía se declaró lista para contender por la presidencia. En la opinión de quien escribe, Paredes Rangel, sería sin duda la mejor opción para México, que hoy requiere de un trabajo profundo y comprometido, de estrategia, de “mano izquierda”, que sin duda ella posee, amén de otras muchas cualidades y competencias que la integran y la convierten hoy en una fuerte candidata, quizá la única con los “tamaños” suficientes para generar esa otra narrativa, que confronte sin confrontación y genere opciones positivas, benéficas y fructíferas para México.
Esperemos, nuestro hermoso país y cada ciudadana y ciudadano, estemos preparados para ese liderazgo femenino de la actual senadora. Por hoy, en mi opinión la única y mejor opción que tenemos ante nosotros.