En la última cumbre del Foro Económico Mundial, el presidente argentino Javier Milei pronunció un discurso que defiende el neoliberalismo, la propiedad privada y la libertad individual frente a una tendencia en boga que Milei calificó como “colectivismo”, es decir, cualquier forma de gobierno que limite la libertad personal, la propiedad individual y que se valga del poder público para imponer el interés colectivo frente al particular.
En efecto, en tiempos post pandemia, algunos países latinoamericanos han cambiado su forma de gobierno transitando de un régimen de derecha a uno de izquierda. Ese cambio se ha generalizado en varios países con miras a que la izquierda gobierne, si no en toda la región, por lo menos en los países más importantes. Sin embargo, el entusiasmo de los simpatizantes “de la izquierda” no ha sido suficiente para pintar a América Latina de rojo.
El ejemplo más evidente es la victoria de Milei en una Argentina ahogada en una hiperinflación que ha demeritado muchísimo el bienestar del argentino de a pie y la capacidad de este país de hacer frente a sus compromisos con otras naciones y, sobre todo, ante el Fondo Monetario Nacional.
Las propuestas de Milei, populistas en su mayoría, convencieron a un electorado que busca ya una solución a la crisis que enfrenta Argentina desde hace muchos años. Pero, a diferencia de otros gobiernos, el de Milei, además de populista, es abiertamente derechista y neoliberal. Y es aquí donde encontramos el fondo de la mecha ideológica que prendió el presidente argentino en la cumbre que nos ocupa.
El ataque de Milei contra los gobiernos de izquierda y/o colectivistas se basa en los fracasos y en el recorrido histŕoico de los errores y omisiones en que han incurrido los gobiernos cuya cabeza es el Estado en agravio de los particulares desde el comunismo soviético hasta los gobiernos socialistas vigentes en la actualidad, contrastando en todo momento que cualquier régimen que busque el bien común siempre fracasará si desprecia la libertad, el emprendimiento y la propiedad individual, que en definitiva constituyen las principales fuentes de desarrollo de cualquier país democrático.
Este discurso nos hizo reflexionar sobre cuál es la mejor manera de conseguir el progreso de un país más allá de los radicalismos ideológicos, las tendencias de partido y el color del gobierno en turno. En ese sentido, estamos de acuerdo que la libertad de empresa y el emprendimiento exitoso constituyen la mejor manera de fomentar el desarrollo de cualquier país siempre que el empresario evite involucrarse con “grupos de presión” que busquen un interés particular a costa del desarrollo de un país. La libre empresa no debería ser fuente de enriquecimiento a costa del poder público. El empresario debe limitarse al crecimiento de sus proyectos, que significa el crecimiento de sus colaboradores y el bienestar de un país. Es así como debe entenderse la libertad de empresa en un gobierno que se diga democrático.