Cuando somos aquello que juzgamos

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Rosa Ana Cronicas Esmeralda

-Martha fue una mala madre.

Jessica y Roberto vinieron a visitarnos a Barcelona y recordábamos el grupo de amigos que teníamos cuando ellos, Gustavo y yo vivíamos en Sayavedra. Fue como recibir un golpe cuando ella dijo eso, porque en aquellos tiempos juzgábamos a todo mundo alegremente y hoy no me lo permito. El juicio fue una adicción autodestructiva cuyas consecuencias sufro aún ahora. Sin embargo, a pesar de todo el trabajo que he hecho, y de la mirada atenta de Gustavo, me entregué a desbaratar a Martha. ¡Qué sensación más deliciosa poner en la mesa, a la vista de todos, los defectos, errores y fallos de alguien más!

“Ella -siguió Jessica-, que decía que la belleza era tan importante para su familia, tuvo que reconocer que Arturo no era el hijo que había querido. Era más bien feo, batallaba mucho en la escuela, era agresivo y luego empezó a tomar mucho. Como no podían con su TDH galopante, lo metieron a un internado en Canadá. ¡Imagínense!

Esto dio pie a más comentarios sobre la frialdad y la mala ondez de Martha. Gustavo callaba. 

Por la tarde, Roberto nos confió que estaban pasando por un momento difícil con su hija de veintidós años. 

-No es feliz. No tiene amigos ni novios y encima ha aumentado de peso. 

-Sí -abundó Jessica-. La otra vez, después de comer en un restaurante, Roberto le preguntó si quería postre y yo lo pateé debajo de la mesa. Es que ¿a quién se le ocurre?

-¿Pero por qué? -pregunté después de ver fotos de Pau-. No está gorda.

-Subió cinco kilos y ahora usa unas blusas grandes para cubrirse. 

-Yo creo -dije- que los padres no debemos tratar de corregir esas cosas porque nos cuesta mucho no hacerlo desde nuestros prejuicios y miedos. 

-¡Pero yo tengo que guiarla para que baje esos kilos! ¡Es mi obligación de padre! -exclamó Roberto-. Hemos invertido un montón de dinero en su gimnasia para que ahora salga con esto.

-Bueno -añadí-, creo que lo que has hecho por ella era tu obligación, no una inversión. De lo contrario tendrías que cobrársela y en dónde quedarían el amor y tu relación con ella. Lo que hacemos por los hijos es una obligación que contrajimos a sabiendas y que ellos pagarán en sus propios hijos porque eso beneficia a la especie. La vida va hacia adelante, no hacia atrás. 

-¡Pero lo hago por su salud!

-A ver, Roberto -insistí tomando el riesgo de hacerlo enojar-. Neta, si fuera por salud, tú, que le heredaste la estructura corporal, estarías en un hospital con el sobrepeso que te cargas. Me parece que uno debe tener autoridad moral para corregir a los hijos, de lo contrario insultas su inteligencia. Si lo hicieras por salud, te pondrías a dieta primero tú. Y cuando estuvieras delgado, tal vez, podrías pedírselo a ella. Creo que no podemos exigir a los hijos lo que no somos capaces de hacer nosotros. 

-Eso es cierto -abundó Jessica pensativa-. Pau ya tiene la presión social de tener que ser delgada y bonita. Si encima le hacemos ver que solo recibirá nuestra aprobación si es delgada, pobre. Nos llenamos la boca con aquello del amor incondicional y siempre estamos condicionándolo porque nos da miedo que si no cumplen con los cánones sociales de lo que sea, los marginarán y serán infelices. 

-O nos avergonzarán -dije.

-¡Qué la chingada! -exclamó Roberto-. Con ustedes no se puede. Pero es cierto. Ahora que lo dicen, mi amor es bastante egoísta, porque a mí me encanta ver lo bonita que es Jess, lo delgada que está y los esfuerzos que hace por seguir así, en cambio yo me he echado por lo menos cuarenta kilos encima y ni se me ocurre preguntarme lo que ella siente cuando me ve esta panza. 

-Es que nos cuesta vernos -comenté-. A todos. Es más fácil ver al otro. Al final, lo que dijimos de Martha nos lo podríamos aplicar a nosotros. Porque estamos llenos de expectativas que nos frustra cuando no se cumplen. Al igual que ella, no tuvimos los hijos que deseábamos. Tal vez ustedes tengan una hija gorda y será muy bueno que lo acepten. Y, por mi parte, yo no tuve a la hija alegre y despreocupada que me habría gustado, porque Miri tiende al drama y a la negatividad. Y he entendido que lo que uno no puede integrar en sí mismo, le viene después como destino. Como yo soy de esas optimistas que ocultan tras la ligereza la angustia que le provocan los problemas, tuve una abuela, una madre, un marido y una hija depresivos. Pero también fue bueno, porque gracias a ellos aprendí que la tristeza no es señal de debilidad, por el contrario. Es muy útil. Nos mete en nosotros mismos y nos permite reflexionar. Así crecemos-Pues resultó -remató Gustavo- que ni Martha es una mala madre ni nosotros lo somos. Solo hacemos lo que podemos y estaría muy bien que nos perdonáramos por eso. El juicio es un mecanismo que se alimenta a sí mismo. Primero juzgamos y luego, cuando nos damos cuenta de que lo hemos hecho, nos juzgamos por juzgar y es el cuento de nunca acabar. Por ahí oí que había que comenzar a tener compasión hacia nosotros. ¿Qué tal eso, eh?