

Ayer fuimos a ver Inside Out 2 Gustavo, Miri y yo. No me gustan las continuaciones, por lo cual no tenía ninguna expectativa. Sin embargo, conforme la película avanzaba, me iba interesando más. En la primera, cuando la personaja es una niña, aparecen las emociones primarias: alegría, tristeza, miedo, asco e ira. En esta, como entra en la pubertad, surgen la envidia, la falta de interés, la vergüenza y, sobre todo, la ansiedad. Esto, desde luego, le pone sal y pimienta a la historia, al complicarla. La situación que lo desencadena todo es bastante común, la hemos visto en cantidad de películas gringas, lo nuevo es ver las emociones que suscita en ella.
El planteamiento es tan ilustrativo (no puedo opinar si es bueno o malo porque no soy sicóloga) que los tres nos vimos retratados e incluso a algunas personas que nos rodean. Los secretos en unos, la evasión en otros, la represión en otros más, pero sobre todo la ansiedad, esa de la que tanto hemos visto sufrir a Miri y a sus amigos. Los adultos desde luego la padecemos, todos la padecemos, pero pareciera ser un rasgo sustancial entre los muy jóvenes. Fue muy triste ver cómo la ansiedad va tomando cada vez más el control de la mente de la personaja hasta un grado insoportable. Y recordé cuando una terapeuta en África le preguntó a Miri cómo podía vivir así. Y así viven. La mayoría diagnosticados con esas etiquetas a las que cada vez nos acostumbramos más y, claro, medicados.
Lo peor es nuestra proclividad a utilizar la cantidad de información que hay en los medios y en las redes, como si fuéramos especialistas. Por los “síntomas” de Miri, su padre y yo pensamos que tal vez tenía una de las etiquetas. Ella consultó a un siquiatra acá en Barcelona, quien, sin hacerle ningún estudio y solo escuchando las sospechas que ella tenía, la medicó. Luego resultó que el diagnóstico estaba equivocado, pero la medicación había hecho estragos en su día a día provocándole somnolencia, cambios de humor y padecimientos físicos.
Y los chicos siguen viviendo con ansiedad sin hallar una explicación válida o una solución que no sea invasiva y les cause más problemas de los que tratan de solucionar.
Volviendo a la película, llega el momento en que la personaja echa mano de sus recursos para salir adelante y con ello sube un peldaño en su camino de maduración. Y ese peldaño es dejar de verse como se veía: una buena persona, para completarse dándose cuenta -y aceptando- que también siente envidia y otras cosas que no la enorgullecen. Me gustó que en el filme se mencionara nuestra oscuridad, porque es muy difícil asomarnos a ella. Duele y avergüenza. Pero es necesario para vernos bien, en nuestra totalidad.
No somos los buenos, pero tampoco los malos. Somos tanto, de tantas maneras y en tantas circunstancias. Y es útil verlo y aceptarlo; dejar de gastar energía en poner resistencia y al fin rendirnos.
Todo esto pensaba cuando oí a Catalina Goerke decir:
“Los budistas explican que en verdad no somos bipolares o ansiosos o que somos personas con trastorno límite. Tiene que ver con qué tan lejos estás de tu sanidad brillante. Si estás muy lejos, calificas como una persona desconectada de sí misma. Entonces aparece la ansiedad, la bipolaridad, la esquizofrenia. Si traemos a esa parte de ti a la aceptación de esa sanidad brillante, la persona entra en un proceso de tal integración consigo misma que deja de luchar, deja de haber guerra interna.”Y esto es lo que me encantaría que sucediera para Miri y para todos. Llegar a un estado de integración con nosotros mismos que nos haga impermeables a la violencia, ferocidad y depredación de la sociedad que hemos construido y nos mantiene endeudados y medicados. En un estrés que nos coloca en modo supervivencia permanente. Llegar al punto de que nuestra armonía individual termine por volverse colectiva, porque como dicen, el cambio no está afuera. La revolución no es social sino individual. Tengo fe en que un día será.