Vivir el conflicto diplomático con España desde España

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Rosa Ana Cronicas Esmeralda

En 2019, mi familia y yo teníamos dos años de haber llegado a vivir a Barcelona por primera vez. Acabábamos de pasar el referéndum de independencia del primero de octubre de 2017, momento culminante del procés catalán, y el clima estaba enrarecido por lo que siguió. Entonces llegó la noticia de que el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, había mandado una carta al Rey de España pidiendo que, como parte de la conmemoración de los 500 años de la caída de Tenochtitlan y la celebración de los primeros 200 años de la vida independiente de México, el Estado español admitiera su responsabilidad histórica por los crímenes y violaciones que se dieron durante la conquista y ofreciera las disculpas o resarcimientos políticos que convinieran, asegurando que el Estado no exigiría un resarcimiento del daño en pecuniario de los agravios ni procedería de manera legal ante los mismos. Y ofreció que el Estado mexicano haría lo propio, lo cual realizó el 21 de septiembre, establecido como Día de la Reconciliación Histórica, en que pidió perdón a los pueblos originarios por haber proseguido, una vez consumada la Independencia, con la agresión, la discriminación y el expolio a las comunidades indígenas. 

Felipe VI, el monarca español, no solo no contestó la carta, sino se la filtró a la prensa, con lo cual siguieron burlas y ninguneos tanto en México como en España.

El tema surgió en el chat de mi grupo de amigos catalanes. Carla dijo: por supuesto que los símbolos importan, pero también quién los diga o en qué contexto lo haga. Solo los gobiernos de izquierdas han pedido perdón, no me imagino al PP haciéndolo, y menos Vox. Condenar lo que pasó, por supuesto. Pero deberíamos empezar también por el colegio. Que se deje de decir que América se descubrió. La educación es la clave y sí, entiendo que para la diplomacia es indispensable un perdón simbólico.

Yo contesté que lo era para la diplomacia, pero sobre todo para la víctima, cualquiera, en cualquier parte. La víctima requiere resarcimiento, de algún tipo. Una petición de perdón tal vez no baste, pero es un comienzo. La víctima se siente vista.  Y es que hubo muchas. A la llegada de Cortés en 1519, se estima que la población de lo que hoy es México, oscilaba entre 15 y 25 millones. En las décadas posteriores bajó a 700 000 entre la conquista y las enfermedades traídas por los europeos. ¿Genocidio? Sí.

¿Por qué a la corona y al gobierno español les cuesta tanto pedir perdón? No lo entiendo. En esta época de corrección política hasta les traería buena prensa. El Papa Francisco ya lo hizo, así como Bélgica, Inglaterra, Holanda, Canadá. México lo hizo con los yaquis, los mayas y los inmigrantes chinos por la discriminación que sufrieron a principios del siglo XX. La misma España promulgó la Ley de la Memoria Histórica a partir de la cual está comenzando a reconocer las barbaridades perpetradas por el fascismo. 

Pero del perdón a los pueblos originarios de México, nada.

Como consecuencia, en febrero de 2022 AMLO declaró una pausa en la relación con España por falta de respuesta y por una serie de discrepancias con las empresas españolas que operaban en México. Pero como la economía es lo que importa, todo pareció seguir igual. Las misiones diplomáticas siguieron operando en ambos países, las empresas españolas continuaron trabajando en México (los bancos registraron utilidades récord en 2022 y 23) y los millonarios de derecha mexicanos que salieron huyendo de un régimen que dejó de beneficiarlos, junto con los ex presidentes, comenzaron a convertir a Madrid en Miami. 

Y así estaban las cosas hasta que hace unos días nos enteramos de que la flamante presidenta de México, Claudia Sheinbaum, no invitó al rey de España a su toma de posesión. A mí me sorprendió en un primer momento, pero luego me di cuenta de que era congruente con la política exterior inaugurada en el sexenio de AMLO: no permitir atropellos de ningún tipo a la soberanía nacional. 

Claudia Sheinbaum invitó a Pedro Sánchez, el presidente de España, pero él prefirió cerrar filas con la monarquía. Sin embargo, algunos políticos españoles de izquierda sí llegaron a México para asistir a la ceremonia de toma de posesión. ¡Cómo me habría gustado estar en la celebración de la toma de protesta en el Zócalo! Ver a Claudia Sheinbaum en la ceremonia organizada por las representantes de los pueblos originarios, fue conmovedor. Eso refrenda una vez más el respeto y el interés de la nueva gobernante por estos pueblos a los que tradicionalmente la política mexicana no volteó a ver. Y cito este párrafo de su carta en la que explica por qué no invitó al monarca: “Para el gobierno que encabezaré a partir del primero de octubre de 2024, el reconocimiento de los pueblos indígenas es fundamental para continuar avanzando en la transformación de nuestra vida pública”. Prioridades claras: los indígenas, la gente principalmente de bajos recursos, las mujeres, los niños y adolescentes (donde desde mi punto de vista radica la verdadera lucha contra el narcotráfico), es decir los más frágiles y desfavorecidos por décadas. Pero lo que más me conmueve y me llena de esperanza: un gobierno que, como su antecesor, se esfuerza por devolver la dignidad al pueblo mexicano.