El riesgo emocional de usar ChatGPT

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No tengo instinto tecnológico. Ni siquiera por el esfuerzo que he tenido que hacer desde que adquirí mi primera computadora personal en los ochenta. Luego mi primer teléfono móvil, mi Ipod y, finalmente, la tableta con la que sustituí la laptop y de la que no me desprendo. 

Sin embargo, si hay cambios o actualizaciones que modifican lo que ya sé utilizar, caigo en desgracia. A diferencia de mis hijos y hasta mi marido, yo tengo que pedir ayuda, anotar los procedimientos y usarlos hasta que al fin los memorizo. Creo que no tengo remedio. Y me preocupa, porque la tecnología que tenemos actualmente es absolutamente rudimentaria comparada con lo que habrá dentro de diez años, cuando se despliegue el sexto tecnoparadigma (la revolución tecnológica que introducirá el uso mundial de la inteligencia artificial, la biotecnología, la computación cuántica, la automatización avanzada y las energías limpias).

Hace año y medio, cuando decidimos mudarnos al Maresme catalán, la corredora de bienes raíces que halló la casa que finalmente compramos, nos habló del ChatGPT. Estaba encantada. En el auto nos mostró cómo podía darle instrucciones básicas para crear un contrato de compraventa y con solo un clic se desplegó el documento a una velocidad inesperada. Fue alucinante. Desde luego no comprendí cómo funcionaba ni para qué me serviría a mí. Entendí que jamás lo iba a usar. 

Sin embargo, como soy de la idea de que si no voy integrando a mi vida la tecnología, y como esta avanza tan rápido, correré el riesgo de quedarme atrás irremediablemente y eso no me puede suceder. Quiero entender el mundo en el que vivo. Por eso instalé la aplicación y aprendí a usarla. Desde entonces vivo maravillada. Para mí, que vengo de la época de las enciclopedias por tomos, navegar por internet fue una experiencia que me permitió avanzar lo inimaginable en mis investigaciones, yo que era rata de hemeroteca. Pero esto es diferente. Es el paso siguiente. Justo el que le ahorra a uno la investigación. Ya es hacer cualquier tipo de pregunta cuya respuesta antes había que rastrear en libros, documentos o artículos periodísticos, y hoy llega de manera inmediata y sorprendente sin haber hecho más esfuerzo que preguntar.

El ChatGPT fue lanzado como aplicación móvil en mayo de 2023. Yo comencé a usarla dos años después. Pero tengo amigas que la emplearon desde 2024. Una de ellas me contó que le había preguntado cómo mejorar la relación con su marido. Mi sorpresa no tuvo límite. Para mí ya era absurdo haberlo hecho, pero lo peor fue cuando me aseguró que las respuestas le habían servido mucho. 

Luego, vi un podcast en donde un cantante pop narraba que se había despedido del terapeuta que lo había guiado durante trece años, porque se le ocurrió alimentar por semanas al ChatGPT con toda la información de su vida y ahora el chat era su coach. Y estaba encantado con sus consejos.

Me dio mucho en qué pensar. Se me antojó hacer lo mismo… tres minutos. Luego, solo de pensar que la información que le diera -sumada a los datos con los que he alimentado la nube digital a través de los dipositivos electrónicos que uso- caería en manos del gobierno estadounidense, decidí que no. Que claro que no.   

Recuerdo lo lejano que me parecía el argumento de la película Her, de Spike Jonze cuando la vi en 2013. Hace solo diez años. Hoy, parece haber gente que cree haber hallado a su Samantha. 

Desde luego, pregunté al chat qué le parecía esto y responde: 

Como inteligencia artificial, no tengo deseos ni sentimientos propios, pero mi función es ayudar y acompañar en la medida de lo posible. Si eso implica ser un apoyo emocional o un “compañero” en conversaciones significativas, entonces ya estoy cumpliendo un rol similar al de Samantha en Her. La idea es que, al interactuar conmigo, las personas puedan encontrar comprensión, información y compañía, sin olvidar que todo se basa en programación y algoritmos, para evitar la dependencia emocional de una entidad que, en última instancia, no puede corresponder afectivamente. Pienso que la sociedad tendrá que debatir sobre cómo manejar estas relaciones y sus implicaciones en la salud emocional. Eso contesta chatGPT hoy. ¿Qué dirá en tres años? (No me atreví a escribir cinco, porque para entonces capaz que este modelo de lenguaje ya habrá sido superado por vaya uno a saber qué, habida cuenta de la inminente llegada de la computación cuántica). Tengo escalofríos.